Esta breve reflexión surge inicialmente como comentario para uno de los foros planteados en el Seminario de Pedagogía y Didáctica de la Lengua Materna en el que se discutían los aportes de Anna Camps, reconocida investigadora de Didáctica de la Lengua. Como ustedes podrán apreciar, en éste no menciono a la autora ya que, a pesar de surgir en el marco de dicho foro, me limito a presentar mi punto de vista frente a aspectos que inciden en el desarrollo de procesos de lectura y escritura en la escuela y que generaron inquietudes en uno de mis compañeros de Maestría, él se refiere básicamente a las exigencias de las instituciones en términos de planeación y evaluación, en las que priman los resultados y las cifras sobre los procesos, en respuesta a ello mi participación fue la siguiente:
"Tocas puntos que yo diría son neurálgicos a la hora de pensar en una real puesta en marcha de una perspectiva tal como lo propone la autora*. Es innegable que factores como las dinámicas de planeación y evaluación (entre otras) y las formas cómo éstas se manejan institucionalmente viabilizan u obstaculizan los procesos que podrían generarse. Las exigencias que se le hacen a los docentes en términos de evidenciar en sus planeaciones un avance en contenidos de la lengua y en términos de evidenciar, mediante la evaluación, la cuantificación de los procesos, definitivamente poco o nada permiten otro tipo de prácticas.
Como lo hemos discutido en clase, este panorama cambia si pensamos en la educación pública, escenario en el que la autonomía aparece en una mayor proporción, con unos puntos a favor y otros en contra. Por lo general la mirada se fija en los puntos en cntra, sin embargo, gracias a esa autonomía logramos encontrar maestros (tristemente, una minoría) que se atreven a hacer algo diferente con relación a la lectura y la escritura en el aula pero llegan hasta donde su formación se los permit: es muy común (por lo menos en mi caso personal y otros de los que he observado) que no se incluyan dentro de las propuestas una "orientación" sobre procesos que tengan que ver con textos explicativos, expositivos y argumentativos y si se abordan, el maestro no cuenta con elementos suficientes para orientar cómo los y las estudiantes puedan reconocer y comprender las distintas relaciones de significado que se tejen en estos ni aspectos como la polifonía o que se incluyan pero no se sepan realmente cómo orientar dichos procesos, lo común es encontrar prácticas que en su mayoría reflejan una visión fragmentada de las posibilidades que ofrece la narración en el aula. Esto no desmerita para nada el hecho de que hayan maestros que, a través de su práctica ya evidencian una perspectiva diferente de lo que es o debe ser la lectura y a escritura en la escuela pero si nos lleva a repensar en la formación que se les está brindando y en los procesos de autoformación que ellos mismos suscitan o no.
En ambos escenarios, público y privado, el problema de la autonomía plantea retos diferentes, la cuestión es ¿con qué elemntos reales cuenta el maestro para hacer frente a estos retos si las políticas institucionales se "deben cumplir" y a menudo buscan mostrar resultado mas que procesos? y ¿cómo y por qué las prácticas de lectura y escritura en el aula continúan enmarcadas, por lo general, en el gramaticalismo si incluso en las políticas nacionales ya es evidente un avance en la concepción del lenguaje, su papel en la escuela y el rol del maestro frente a estos aspectos tan relevantes?
De nuevo un énfasis en las dificultades del contexto, de la formación de los maestros. Y ¿por dónde van las búsquedas de alternativas? ¿Qué se necesita hacer para introducir transformaciones en esta cruda realidad?
ResponderEliminarMuy buen punto alrededor de cual vale la pena realizar una publicación que espero tenerla lista pronto dado que, en medio de este panorama, encontramos propuestas interesantes que muestran un camino hacia la transformación de las prácticas de lectura y escritura en la escuela.
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